lunes, 4 de enero de 2010

Déjame que te cuente... "El aguador"

Hola amigos/as:
Había una vez en un pueblecito muy pequeño, un hombre que trabajaba de aguador. Por aquel entonces el agua no salía de los grifos, sino que estaba en el fondo de profundos pozos o en el caudal de los ríos. Si no había pozos excavados cerca del pueblo, el que no quería ir a buscar el agua personalmente debía de comprarla a uno de los aguadores que, con grandes tinajas, iban y volvían al pueblo con el preciado líquido.
Una mañana, una de las tinajas se agrietó y empezó a perder agua por el camino. Al llegar al pueblo, los compradores le pagaron las acostumbradas diez monedas por la tinaja de la derecha, pero solo cinco por el contenido de la otra, que apenas llegaba a la mitad.
Así que decidió que debía de apurar el paso para compensar la diferencia de dinero que recibía.
Durante un tiempo, el hombre siguió yendo y viniendo a paso firme, llevando agua al pueblo y recibiendo sus quince monedas como pago por una tinaja y media de agua.
Una noche lo despertó un “chist” en su habitación:
- Chissssst… Chissssst…
- ¿Quién anda ahí? – preguntó el hombre
- Soy yo – dijo una voz que salía de la tinaja agrietada
- ¿Porqué me despiertas a estas horas?
- Supongo que si te hablará de día y a plena luz, el susto te impediría que me escucharás. Y necesito que me escuches.
- ¿Qué quieres?
- Quiero pedirte que me perdones. No fue culpa mía la grieta por dónde el agua se escurre, pero sé lo mucho que te ha perjudicado. Cada día cuando llegas al pueblo cansado y recibes por mi contenido la mitad de lo que recibes por mi hermana, me dan ganas de llorar. Yo sé que debías de haberme cambiado por una tinaja nueva y desecharme, y sin embargo me has mantenido a tu lado. Quiero agradecértelo y pedirte una vez más que me disculpes.
- Es gracioso que me pidas disculpas – dijo el aguador -. Mañana, bien temprano, saldremos juntos tú y yo. Quiero enseñarte algo.
El aguador siguió durmiendo hasta el alba. Cuando el sol se asomó por el horizonte, tomó la vasija agrietada y se fue con ella al río.
- Mira – dijo al llegar, señalando al pueblo - ¿Qué ves?
- El pueblo – dijo la vasija.
- ¿Y qué más? – preguntó el hombre.
- No sé… El camino – contestó la vasija.
- Exacto. Mira a los lados del sendero. ¿Qué ves?
- Veo la tierra seca y el ripio del lado derecho del camino y los canteros de flores del lado izquierdo – dijo la vasija, que no entendía que le quería mostrar el hombre.
- Durante muchos años he recorrido esta camino triste y solitario llevando el agua hasta el pueblo y recibiendo igual cantidad de monedas por ambas tinajas… Pero un día noté que te habías agrietado y que perdías agua. Yo no podía cambiarte, así que tomé una decisión: compré semillas de flores de todos los colores y las sembré a ambos lados del camino. En cada viaje que hacía, el agua que derramabas regaba el lado izquierdo del sendero y, en este tiempo, conseguiste crear esta diferencia.
El aguador hizo una pausa y, acariciando a su leal vasija le dijo: “¿Y tú me pides disculpas? ¿Qué importan algunas monedas menos si gracias a ti y a tú grieta los colores de las flores me alegran el camino? Soy yo quién debe agradecerte a ti que me hayas alegrado el camino…”

Un abrazo.

TONI

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bonito, como tú

Natalia