sábado, 3 de abril de 2010

Latif... Déjame que te cuente un cuento.



Latif era el pordiosero más pobre de la aldea. Cada noche dormía en el portal de una casa diferente frente a la plaza central del pueblo. Cada día se recostaba debajo de un árbol distinto y su mirada se perdía en sus pensamientos. Comía de las limosnas o de los mendrugos de comida que la gente del pueblo le daba de forma caritativa.
Sin embargo, a pesar de su aspecto y de la forma de pasar sus días, era considerado por todos como el hombre más sabio del pueblo, no por su inteligencia (que era prodigiosa) sino por sus experiencias de vida.
Una mañana soleada, el rey decidió acercarse a pasear por la plaza del pueblo y mezclarse entre sus súbditos. Paseaba rodeado de su guardia personal entre los diferentes puestos de venta buscando nada en particular. Y mientras paseaba, se reía de los mercaderes y compradores.
Mientras se reía, casi sin darse cuenta tropieza con Latif. En ese momento, ante el espanto de la imagen que ofrecía Latif, alguien de su sequito le susurra que está ante el más pobre de sus súbditos y, al mismo tiempo, ante el más sabio y respetado de todos ellos.
El Rey entre divertido y complejo se acercó y despectivamente le dijo:
“Si me contestas a una pregunta te doy esta moneda de oro” Latif apenas levantó la mirada y despectivamente le contestó:
"Puedes quedarte tú moneda, para que la quiero Yo. ¿Cual es tú pregunta?"
El Rey se sintió contrariado por tal desprecio, pero igualmente le hizo la pregunta (que llevaba varios días ocasionándole severas dudas y preocupaciones) a la que Latif contestó sin dilación de manera justa y correcta.
Sorprendido esta vez por la respuesta, el Rey le entregó la moneda prometida y prosiguió su paseo.
Al día siguiente, el Rey volvió al pueblo, pero esta vez fue directamente en busca de Latif, que reposaba debajo de un olivo en un olivar.
De nuevo el Rey le formuló una nueva pregunta y de nuevo, ante la sinceridad de la respuesta le dio otra moneda de oro. Estos encuentros se fueron sucediendo durante dos semanas, en las que el Rey siempre se sorprendía por la sinceridad, lucidez y exactitud de las respuestas de Latif.
Un día, el Rey se descalzó ante donde reposaba Latif y humildemente le solicitó que se fuese a palacio con él para ayudarle en todas cuantas cuestiones y dudas se le planteasen.
Después de un momento de reflexión, Latif accedió. Al llegar a palacio, le fueron entregadas las llaves de uno de los mejores aposentos, finas ropas y delicados baños. Cada día el Rey consultaba sobre cuestiones de gobierno, vida propia o sobre sus propias dudas espirituales ante las que obtenía la respuesta adecuada, fuese o no fuese de su agrado.
Latif siempre era sincero en sus respuestas, de ahí que fuese el interlocutor preferido del Rey. Lo que en contraposición le creó celos y envidias con los anteriores consejeros del Rey, que urdieron un plan para desprestigiarlo.
Una tarde, los anteriores consejeros solicitaron audiencia al Rey. En ella le dijeron que Latif conspiraba para derrocarle reuniéndose con alguien en una habitación de palacio. Estaban seguro de lo que le decían, pues siempre que le preguntaban que a dónde iba, Latif les contestaba con evasivas.
El Rey no daba crédito a las palabras y decidió averiguar si era o no cierto lo que le acababan de decir.
A la tarde siguiente, el Rey lo espero escondido debajo de la escalera que estaba situada enfrente de la habitación dónde Latif se encerraba cada tarde. Al comprobar que a la hora indicada Latif entraba en la estancia, el Rey junto a su guardia se dirigió a la estancia y golpeando la puerta dijo
“¡Latif, abre la puerta, soy el Rey!”
Latif, abrió la puerta y el Rey entró rápido junto a su guardia, encendió las luces y descubrió que en la estancia no había nada que pudiese ocultar a una persona, ni tan siquiera había una ventana. En la estancia, sólo había un vestido raído, un plato de madera sucio y una vara de caminante.
El rey le preguntó si estaba conspirando para derrocarle, a lo que le contestó que NO, y que cómo se le podía ocurrir semejante pregunta. Entonces el Rey le contó lo que le habían dicho, y Latif respondió:
"Desde mi llegada a palacio, tengo finas sedas como ropa, una buena cama donde dormir cada día y siento ese respeto que siempre me das. por ello vengo cada día a esta estancia para mirar con lo que vine y de esa manera NO OLVIDAR QUIÉN SOY Y DE DÓNDE VENGO”.

Un abrazo

TONI

1 comentario:

Anónimo dijo...

Proverbio excelente, salvando las distancias se parece un poco a Diógenes.....
Saludos
Daniel